por Cora Verón
En el corazón del Barrio Las Ranas, el Centro de Cuidado Infantil cumplió 11 años de esfuerzo ininterrumpido. Desde su inauguración el 18 de noviembre de 2013, el proyecto no solo ha crecido en infraestructura, sino también en impacto social, transformándose en un pilar para la comunidad. Andrea Herrera, quien coordina el centro desde hace casi una década, recuerda los inicios y la evolución de un espacio que nació para atender necesidades básicas y que hoy es una ayuda fundamental para muchas familias.
Un sueño que se transformó en realidad
La inauguración del centro fue un evento significativo para el barrio, con la presencia de autoridades locales y provinciales. Pero los verdaderos protagonistas fueron los niños, que encontraron en el espacio un lugar seguro donde crecer y aprender. “Al principio fue difícil ganarnos la confianza de las familias, pero con el tiempo logramos construir un vínculo que va más allá de la educación,” cuenta Andrea.
El proyecto comenzó como una alternativa para que los hijos de trabajadores rurales no estuvieran expuestos a las condiciones del campo o que sus hermanos mayores no dejaran el colegio por quedarse en casa a cuidar a los más chicos. Con 50 niños en sus primeros días, el centro pronto se convirtió en un refugio que no solo brinda cuidados, sino también acompañamiento integral con el apoyo de equipos interdisciplinarios. “Trabajamos en conjunto con el Centro de Salud, escuelas locales y servicios de niñez para atender las diversas problemáticas que surgen,” explica Herrera.
La coordinadora enfatiza que el impacto del centro no se limita a la asistencia diaria. “Aquí buscamos darle a los niños las herramientas para desarrollarse en un ambiente seguro y enriquecedor. Desde alimentación hasta hábitos saludables, cada pequeño gesto cuenta para construir su futuro,” cuenta Andrea y también destaca que varias familias continúan participando en las actividades del centro aún después de que sus hijos han crecido. Además, los ex alumnos suelen asistir a eventos y colaborar con donaciones de ropa o alimentos, lo que demuestra el arraigo del centro en el barrio.
Andrea admite que no siempre fue sencillo adaptarse a la realidad del barrio: “En los primeros años enfrentamos algunos episodios de resistencia y robos, pero con el tiempo logramos integrarnos y construir relaciones basadas en el respeto y la cooperación mutua,” relata. Hoy, el centro no solo es un lugar de referencia para las familias, sino también para los vecinos, que colaboran activamente con el espacio.
La realidad económica de muchas familias del barrio plantea desafíos diarios. Sin embargo, el centro cuenta con el respaldo de la municipalidad y el compromiso de su equipo para garantizar que los niños tengan acceso a lo esencial. “No solo brindamos cuidados, también somos un puente para que las familias accedan a recursos y apoyo,” señala la coordinadora.
Con un equipo de docentes y auxiliares comprometidos, el Centro de Cuidado Infantil trabaja en turnos que permiten atender a más de 30 niños por día. Aunque las limitaciones de espacio impiden ampliar la capacidad, hay planes para mejorar las instalaciones.
El recorrido del centro no habría sido posible sin el esfuerzo colectivo. Desde las autoridades municipales hasta los vecinos y familias, todos han aportado su granito de arena. “Cada docente, auxiliar, colaborador y vecino que pasó por aquí dejó su huella. Este es un logro de todos,” concluye Andrea.