
por Cora Verón
Esta vez tuvimos la suerte de conocer mejor a Alicia Brito y su labor de casi 29 años en Centro de Rehabilitación Arroyo Seco (CRIAS) una ONG creada desde la necesidad, el desconocimiento absoluto pero que a lo largo de los años fue refugio, caricia y consuelo de muchas familias de Arroyo Seco y localidades aledañas.
Alicia Brito es una mujer que de la nada se transformó en un todo, para su familia y dentro de una ciudad que acostumbra mirar hacia otro lado ante determinadas dificultades. Una madre que enfrentó retos desconocidos e impensables pero que la hicieron grande y, desde su grandeza de madre y sin buscarlo, supo acompañar y aliviar muchas otras realidades similares.
Hoy es más conocida por su incansable trabajo en la ONG CRIAS, pero antes de eso, Alicia fue madre de Marcela, el ser que marcó de alguna manera el camino de su maternidad, tanto, que cuando le preguntamos por su recorrido, salta inmediatamente a hablar de la ONG, y recuerda: “Con mi marido tuvimos cinco hijos. Hace 59 años que estamos juntos, con discusiones y caricias, él me acompañó mucho en todos los primeros tiempos. Después se cansó y me abandonó –recuerda en sentido figurado, porque mientras charlamos, Luis anda dando vueltas por la cocina- Con él hemos hecho muchos trámites en Santa Fe antes de arrancar”.
Alicia es perito mercantil y trabajó en un banco de nuestra ciudad hasta que llegó Marcela; hoy tiene más de 70 años y cinco hijos que le dieron cinco nietos. Luego del fallecimiento de Marcela, dice: “Estoy tratando de mantenerme física y espiritualmente de la mejor manera para cuando me toque partir”.
Con toda su suavidad al hablar, cuenta que nunca imaginó el camino que debió emprender al ser madre, “pero sabés que en algún rincón de mi cabeza supongo que estaba, porque yo trabajé en la vieja caja de créditos que estaba enfrente de la comisaría y en un momento, en una conversación con mis compañeros salió el tema discapacidad y nunca me olvidé de eso. Y yo dije: no sé si estoy preparada para tener un hijo con discapacidad. Marcela fue la tercera de mis hijos, así que supongo que en algún lado lo tenía contemplado. Y bueno, yo soy una persona de fe, entonces siempre confié en que Dios me iba a ayudar a sortear todos los obstáculos y Santa Rita, que la tengo loca. Creo que eso me ayudó mucho en todo el recorrido, incluso en la partida de Marcela. Así que estoy tranquila, estoy triste, pero estoy tranquila”.
Al mes de nacer, Luis y Alicia detectaron que “tenía algún problema entonces pedí una licencia sin goce de sueldo y después no me incorporé porque ya sabíamos todo lo que se venía, estimulación, viajes a Rosario, estudios y todo, así que dejé de trabajar”.
Marcela tenía una parálisis cerebral profunda. “Vos la veías y prácticamente no se notaba que tenía una discapacidad, salvo si gritaba, gesticulaba o algo así”. Este año habría cumplido 46 años y era muy flaquita, “parecía que tenía 12 porque era muy chiquita, muy flaquita. Con el tiempo su cuerpo también se fue deteriorando y empezó a decaer en sus funciones, dejó de comer; y creo que entendía muchísimo más de lo que nosotros pensábamos y que estaba cansada de la vida que le había tocado. Entonces yo estoy convencida que se dejó marchar, que se entregó”.
Ella fue la que más atención demandó pero sus hijos mayores también ayudaron en los primeros tiempos: “A veces para desahogar nuestra cabeza; mi marido siempre fue viajante y me iba dos días con él, entonces los hermanos mayores, con una persona que venía a ayudar en casa, se quedaban con Marcela, y eso me permitía estar dos días sin esa preocupación permanente, aunque uno nunca se despreocupa. Hay que aprender a llevar la vida de uno coordinando con la necesidad del resto de la familia”.
El camino del aprendizaje
“Gracias a Dios tuvimos las posibilidades de darle todas las atenciones que necesitaban, por eso CRIAS no fue fundado para o por Marcela, fue fundado para que otros tengan menos obstáculos que Marcela y uno en el camino va aprendiendo, con las indicaciones médicas, kinesiólogas, y pone el corazón y lo hace como puede. Marcela nunca caminó sola no hablaba y usaba pañales pero comprendía un montón, ella comprendía muchísimo de todo lo que uno le hablaba; el otro día estábamos hablando con mi marido y él recordaba cómo lo enfrentaba cuando la retaba porque a veces ella gritaba por algo que le molestaba, le dolía o quería y uno tenía que adivinar, era su forma de comunicarse. Y seguramente nos hemos equivocado, entonces por ahí Luis le decía que se callara, que no gritara y ella le hacía frente, se ponía seria y capaz que le gritaba más, así que creo que comprendía muchísimo”.
Su hija Bárbara nació cuando Marcela ya tenía 9 años: “Siempre me dijo que para ella Marcela era una cabeza normal en un cuerpo que no le respondía, esa era su percepción. Bárbara siempre fue muy compinche con ella; está poco acá pero cuando venía ella la sacaba, la llevaba a la plaza y la sentaba en los bancos, acá tenía sillones con almohadones porque si no, como era tan flaquita, le molestaba todo pero Bárbara la sentaba en cualquier sillón y ella se quedaba, hablaban, tuvo una gran comunicación con ella”. “Todos mis hijos en su momento han ayudado; Natalia, que fue la mayor de las mujeres, y después Bárbara y Agustina que, cuando los mayores ya no estaban, también han hecho su parte”.
Alicia y Luis siempre pensaron en formar una familia numerosa, finalmente tuvieron cuatro y a Marcela, una persona muy especial que marcó la vida de cada uno haciéndolos más valientes, no solo a la mamá Alicia, si no a cada uno de sus integrantes.
Al ir finalizando la entrevista, le consultamos si quisiera dejar un mensaje a esas familias que reciben a un hijo o hija especial, y Alicia accede diciendo: “Realmente es algo que hago cuando encuentro en el camino personas que tienen un chico recién nacido o un adulto con una discapacidad adquirida, siempre trato de transmitir que se puede, que no es fácil pero que se puede. Hace poco, antes que Marcela falleciera, un chiquito que había nacido con problemas, desde que nació estaba conectado a las máquinas y que no se había despertado nunca, y sus papás son muy jóvenes, me los encontré en una misa y me acerqué para decirles que yo había pasado por lo mismo, que Marcela ya no estaba, pero si necesitaban hablar o querían algo, estaba dispuesta, me lo agradecieron pero creo que también cuando uno es más joven toma las cosas de otra manera y además tiene la ilusión de que eso pase porque yo hasta que Marcela tuvo 7, 8 o 10 años, que le hacíamos estudios y estudios, y todos daban normal, siempre teníamos la esperanza, yo tuve la esperanza de que pasara, que haya sido un trauma que se supere pero después me resigné y dije bueno, esto es así, vamos a ir para adelante y Marcela llegó a los 45 años”.