02/06/2025 - Edición Nº458


Historia

Educación

Escuelas rurales de Arroyo Seco: Cómo se educaba en tiempos de analfabetismo cero

31/05/2025 09:41 | A principios de 1900, la Ley Láinez permitió fundar escuelas en las provincias que lo solicitaran, sobre todo en campo, para garantizar educación en todos los rincones del país. Así, Arroyo Seco tuvo varias escuelas rurales, algunas ya desaparecidas, pero que aún permanecen en el recuerdo de nuestros mayores.


por Cora Verón


Lo bueno de mirar atrás en el tiempo es poder conocer detalles fundamentales que nos formaron como Nación. Algunas de esas características que nos hacen únicos, están representadas por las escuelas de campo, esas que fueron uno de los primeros pasos que nos hizo el país con menor cifra de analfabetismo. Por eso es importante volver la mirada hacia atrás, tal vez si lo sabemos ver, algún día no muy lejano volvamos a ser lo que una vez nuestros gobernantes visionaron para esta gran Nación.

Para situarnos debemos comenzar mencionando la Ley Láinez N°4874 sancionada en 1905, que permitió al Consejo Nacional de Educación fundar escuelas primarias en las provincias que lo solicitaran, especialmente en zonas rurales y/o con pocos recursos.

Crosta, El Ombú y la 6.036

Entre sulquis, casillas prestadas y aulas rurales sostenidas por cooperadoras, la educación pública nacional dejó su marca en el territorio de Arroyo Seco.

Desde una mirada arquitectónica, estas escuelas reflejaban el espíritu de las comunidades que las albergaron. Algunas funcionaron en casas donadas y adaptadas por cooperadoras escolares; otras, como la del Campo Crosta, surgieron del primer plan quinquenal del gobierno de Perón, con diseños uniformes para todo el país. La escuela del Paraje El Ombú, en cambio, comenzó como una casilla y fue modificada con el tiempo, conservando una identidad más contemporánea pero igualmente enraizada en su entorno.

Según datos y documentación existente en el Museo de nuestra ciudad, en el área de Arroyo Seco funcionaron al menos cuatro escuelas nacionales Láinez: la actual Escuela Nº 6036 dentro del casco urbano; la Escuela Nº 6194 Almafuerte, ubicada en el paraje El Ombú, cuyo origen estaba vinculado a la fábrica de ladrillos qu hubo en esa zona durante años; la de Colonia Filiberti, estrictamente rural, y la de Campo Crosta, ubicada entre Arroyo Seco y Albarellos, y construida con diseño uniforme durante el período ya mencionado.

La distribución geográfica de estas escuelas obedecía a criterios demográficos ya que se instalaban donde los censos señalaban mayor cantidad de niños sin acceso a la alfabetización. En todas las escuelas los contenidos nacionales convivían con tradiciones locales, algunas veces con ciertas tensiones religiosas, culturales y políticas. Y lo que se enseñaba respondía al ideal de formar ciudadanos para un país agroexportador y centralizado, con Buenos Aires como modelo.

A aprender!

Los contenidos de las escuelas creadas bajo la Ley Láinez estaban divididos en aritmética, lengua, geografía, literatura y nociones de actualidad. Pero, de acuerdo a la documentación existente y a relatos de esa época, el enfoque era un tanto ideológico ya que el objetivo no era solo enseñar a leer y escribir, sino también formar ciudadanos para un país productor, agroexportador, con una incipiente industria nacional. Así lo muestra un cuaderno de 1949, que perteneció a Adelina Traverso, alumna de la escuela de Colonia Filiberti, (material prestado por Gustavo Merletti), en él se pueden ver que cálculos de hectáreas, toneladas de granos, precios de venta y exportación, eran moneda corriente en los ejercicios.

La alfabetización era primaria, y para muchos, única. La escuela formaba también a los futuros maestros, como Dorita Delorenzi, que terminó su formación siendo apenas una adolescente. En este contexto, con la economía asentada en el campo pero con el comercio centralizado en el pueblo, la escuela era mucho más que un aula: era un eje cultural, político y a veces emocional. Según el relato de José Bobalini en unos documentos existentes y consultados en el Museo local, por la noche, las luces tenues de las chacras parecían luciérnagas, formando pequeñas parcelas iluminadas donde la vida transcurría entre el surco y la tiza.

En ese contexto, la escuela de campo era mucho más que un aula, ya que entre pizarrones, bancos compartidos y estufas de hierro fundido, se formaban generaciones de hijos e hijas de agricultores y de los “patrones”. Los días de clases incluían ciclos básicos y a veces mixtos, con un único maestro o maestra que solía ser también referente social y organizador de actos patrios, eventos religiosos y hasta celebraciones de casamientos.

La escuela no solo enseñaba a leer y escribir, también transmitía una identidad nacional en construcción. Los libros de lectura, los mapas y los relatos de la época, hablan de un país moderno, urbano y centralista, que muchas veces contrastaba con la realidad rural de caminos de tierra, luz de kerosén y una vida completamente autogestionada.

Almacén, escuela y chacra: la tríada vital

La figura del almacén con despacho de bebidas, cancha de bochas y una rudimentaria cancha de fútbol completaba el triángulo social del campo. Los fines de semana, los adultos se reunían allí a conversar, intercambiar novedades y celebrar las pocas festividades que interrumpían el trabajo continuo de la tierra. La escuela y el almacén funcionaban como espacios de encuentro intergeneracional, donde las decisiones de la comunidad, desde cómo encarar una sequía hasta hacer frente a una visita del inspector escolar, se discutían de forma horizontal.

Hasta bien entrados los años ’60, cuando los ferrocarriles todavía enlazaban estaciones rurales con los puertos del litoral, el modelo agroexportador sostenía esa vida de campo. Sin embargo, con la mecanización, el aumento del precio del combustible y la consolidación de las ciudades como centros de servicios, comenzó un éxodo progresivo y muchos jóvenes, formados en esas escuelas rurales, migraron a la ciudad en busca de oportunidades que ya no ofrecía la parcela familiar.

Memoria viva

Quienes vivieron su infancia en el campo suelen recordar las noches iluminadas por luciérnagas, que no eran tales, sino las luces de las pequeñas chacras dispersas, y las caminatas de varios kilómetros hasta la escuela. Recuerdan los recreos entre alambrados, las meriendas compartidas y la solemnidad y orgullo de los actos patrios. La escuela era, en definitiva, una extensión del hogar.

En tiempos donde se debate el rol de la educación en contextos rurales, mirar hacia atrás permite reconocer el valor de esas instituciones que, sin tecnología ni infraestructura moderna, lograron sostener no solo el saber, sino también el tejido social de toda una época.