
Desde hace 48 años, José Ascierto se levanta cada mañana para abrir su almacén en la esquina de Independencia y San Nicolás y espera a los clientes con su habitual sonrisa y seguramente, también una anécdota.
En el barrio, su almacén “Poli” más conocido como “la esquina de Pepito”, resiste el paso del tiempo, los cambios de hábito y la paulatina desaparición de los parroquianos que durante años llegaron puntualmente para hacer una pausa en su jornada de trabajo, antes del almuerzo.
“Yo estoy al frente del almacén desde 1977. Antes, era de mi suegro, Florentino Polinesi, que fue quien abrió el negocio en esta esquina en 1966”, cuenta José a Más Noticias.
Sus suegros vivían a mitad de cuadra por San Nicolás, y siendo soltero aun, él construyó su casa junto al almacén sin saber que seguiría unido a ella durante toda la vida.
La fachada del negocio permaneció igual desde su inicio. El único cambio que se le hizo al local, fue un material de frente.
Con una ubicación estratégica, el almacén de Pepito tiene circulación permanente de personas. La calle Independencia es la prolongación natural de la ruta 21 hacia el interior de la ciudad por lo que quienes recién llegan “al pueblo”, pasan por esa esquina. Además la parada de colectivos se encuentra ubicada justo frente al almacén, por lo cual también tiene un incesante movimiento de personas por esa razón.
La botella de Chinchibira
El tesoro más grande del almacén de Pepito, además de su historia, es un envase de Chinchibira, una antigua gaseosa argentina conocida por su innovador cierre con una bolita de vidrio que servía de tapa. Se caracterizaba por su sabor dulce y con toques de limón, y su alto contenido de gas. La botella, con su peculiar sistema de cierre, se hizo muy popular en Argentina, especialmente entre los niños que buscaban la bolita de vidrio para jugar.
“La botella tiene 140 años. Me la dio un cliente, que era de su abuelo. Se levantaba la bolita con la bebida cuando se llenaba. Y para tomar tenías que hundir la bolita” cuenta José mostrando la extraña botella y haciendo sonar la bolita como una campana.
“Ahora tengo colección de bebidas antiguas, las voy comprando yo. Por ejemplo, esas bebidas de la botella petisa. Acá en Arroyo, no es fácil de conseguir. Es la famosa Ferroquina que se sigue fabricando, pero poco”.
En cuanto a cómo adquirió semejante patrimonio, explica que “muchas las conservo de antes, pero la mayoría se las compré a personas mayores que no las tomaban. Hay gente que no puede tomar más bebidas alcohólicas, y la tienen ahí de clavo. Entonces, yo les pago bien y me las venden”, relata.
Costumbres perdidas
El almacén también conserva su mostrador, donde antaño se acodaban los parroquianos para beber y reírse de las anécdotas del día. De vez en cuando, hoy en día algún cliente se queda a charlar y de paso bebe algo para hacer tiempo o disfrutar un poco de compañía.
“Antes venía mucha gente del campo, aparte, había mucha gente grande que tomaba y venían todos los días y ahora eso se terminó. Hay algunos que vienen, pero nada que ver con lo que era antes. Supongo que es porque no hay plata en la calle” se lamenta. Sin embargo también reconoce que la mayoría de sus clientes, que eran vecinos del barrio fallecieron en los últimos años.
José recuerda que lo que más se vendía históricamente en el bar, era Gancia y Cinzano. Pero ahora, lo único que se vende bien es la cerveza y solo en verano.
“Ahora lo que se está dando es que viene gente para tomar algo en la vereda, gente que está en la parada esperando el colectivo. Vienen toman una gaseosa y se van”.
La oferta eterna
Lo que sigue siendo el fuerte del almacén, es la oferta de fiambre por medio kilo. “Eso nos mantiene a nosotros. Esa oferta del fiambre surtido de toda la vida, Y ahora, en este momento, es lo que más vendemos”, dice José.
Y no es para menos. La oferta incluye paleta, salchichón y mortadela a dos mil pesos el medio kilo.
“Te saca del paso… No es para todos los días pero te soluciona rápido la comida..” resume.
Cosas del gobierno
Con 48 años en el ramo, José Ascierto asegura que los peores momentos del comercio, los vivieron “por cosas del gobierno como la inflación y los sacudones económicos. Pero después vuelven las ventas, surgen de nuevo”.
En cuanto a la aparición de los supermercados, José afirma que no le hicieron mella, aunque reconoce que las ventas bajaron un poco. “Yo tengo un supermercado acá, a tres casas. Sin embargo, la gente sigue viniendo a comprar. Si van al supermercado tienen que comprar dos o tres cosas, en cambio acá vienen y se llevan solo lo que necesitan. Además no pierde tanto tiempo”, dice.
Además agrega que “la gente que era cliente de años, sigue siendo clienta. El día a día se resuelve acá. Hasta ahora no me han abandonado”.
También resistió a la pandemia como todos y poco antes, tuvo que cerrar unos días porque lo operaron del corazón y las cuerdas vocales, situación de salud que superó, gracias a Dios.
Asegura que le gusta mucho atender el negocio porque los vecinos van a conversar con él y se le pasa el día. “Empecé a trabajar de chiquito. Antes del almacén trabajé unos 12 años en Protto, Después, cuando nació nuestro hijo, como mi señora ya no podía sola con el almacén, dejé la fábrica para dedicarme por entero a esto”.
Con un natural optimismo, agradece a los vecinos por su fidelidad y a Dios por el trabajo y la salud. “Gracias a Dios acá no nos falta trabajo y a fin de mes, estamos igual. En cambio, el que alquila y tiene empleados, hoy en día no puede resistir mucho tiempo. Las ventas no alcanzan para cubrir los gastos”.