
Tras servir al ejército español durante más de dos décadas, José de San Martín arribó a Buenos Aires en marzo de 1812. Según relató años más tarde, la decisión de abandonar la monarquía y sumarse a la lucha independentista surgió de un pacto con otros militares americanos en la ciudad de Cádiz.
“En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos de Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento a fin de prestarle nuestro servicio en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar”, recordó San Martín. Estas reveladoras líneas fueron extraídas del libro de Felipe Pigna, "La voz del gran Jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín".
Cuando el general llegó a Mendoza en los primeros días de septiembre de 1814, se encontró al frente de una región con graves problemas económicos y una inminente amenaza realista. Ante la falta de apoyo material y financiero por parte del gobierno central de Buenos Aires, que priorizaba la guerra civil, el recién nombrado gobernador de Cuyo se vio obligado a implementar una drástica "economía de guerra" para movilizar a la población y sustentar al ejército libertador.
La coyuntura económica de Cuyo era desfavorable. El "librecambio" impuesto por los intereses porteños había perjudicado la vitivinicultura local, y la posterior caída de Chile en manos del enemigo cerró un mercado vital para la región. En este escenario, San Martín tomó decisiones audaces para allegar fondos, como retener el “derecho extraordinario de guerra” destinado a Buenos Aires y el diezmo eclesiástico que debía enviarse a Córdoba, aplicando esos recursos directamente a las urgentes necesidades de Cuyo.
Sin embargo, su medida más novedosa y progresista llegó en 1815, cuando estableció una “contribución extraordinaria de guerra”. Este impuesto se concibió como un impuesto a la riqueza, gravando a los ciudadanos a razón de medio peso por cada mil de bienes declarados. A diferencia del sistema impositivo colonial que perjudicaba a los más pobres al cargar sobre las operaciones comerciales, la política de San Martín hizo que la contribución recayera sobre los más ricos, lo que representó un acto de justicia social sin precedentes.
Esta política no solo fue fiscal. Para crear y abastecer al Ejército de los Andes, San Martín debió movilizar todos los recursos de la población y el Estado, sentando las bases de una verdadera economía productiva de guerra. Mediante esta estrategia, que forjó una comunidad unida y autosuficiente, logró equipar y sostener a sus tropas, demostrando una faceta de estadista y planificador económico más allá de su reconocida capacidad militar.
San Martín también fundó escuelas y bibliotecas, porque la educación popular era una prioridad para cambiar las cosas en serio. Así lo expresaba en esta notable circular dirigida a los preceptores de las escuelas públicas cuyanas, firmada el 17 de octubre de 1815.
Por otra parte, tenía muy claro que el Estado debía atender a la salud de la población. El 17 de diciembre de 1814, cuando el peligro de un ataque realista desde Chile era inminente, se tomó el tiempo para firmar un bando que establecía la vacunación obligatoria contra la viruela, con estos fundamentos: “Uno de los primeros cuidados del gobierno debe ser el aumento de la población y conservación de los habitantes del Hemisferio Americano para que haya brazos suficientes al cultivo de la agricultura y ejercicio de las artes y comercio, al mismo tiempo que no falten quienes presenten sus pechos al tirano que intenta oprimir los sagrados derechos de nuestra civil libertad que con gloria sostenemos”.