09/10/2025 - Edición Nº587


Historia

Memorias del río

El encallamiento del “Tritón”: cuando un gigante quedó dormido frente a Arroyo Seco

11:14 | A fines de los años veinte, el vapor “Tritón” de la Compañía Mihanovich quedó varado durante meses frente a las barrancas santafesinas. Lo que comenzó como un accidente se transformó en postal turística, fuente de trabajo y parte de la memoria colectiva ribereña.


por Cora Verón


El río Paraná siempre fue escenario de historias que se cuentan con la cadencia del agua y el humo de las chimeneas de los viejos vapores. Una de esas historias tiene como protagonista al “Tritón”, buque construido en astilleros británicos a fines del siglo XIX para la Compañía Argentina de Navegación Nicolás Mihanovich. Durante décadas unió las ciudades ribereñas de la cuenca del Plata, transportando pasajeros entre Buenos Aires, Rosario, Santa Fe y Asunción. Hasta que, en abril de 1929, el Tritón quedó detenido en el tiempo frente a Arroyo Seco.

Las crónicas de entonces, como las del diario El Orden de Santa Fe, cuentan que el 18 de abril de 1929 una densa niebla obligó al capitán César Pelenta a una maniobra forzada para evitar la colisión con otro buque. La decisión evitó una tragedia, pero dejó al Tritón enfilado en la costa, a la altura del bañado conocido como de Doña María “La Cordobesa”. Allí quedó atravesado, con la proa apuntando a las barrancas.

El accidente no tuvo consecuencias humanas: pasajeros y equipaje fueron trasbordados a otro vapor. Sin embargo, lo que vino después se convirtió en parte del folclore local. Los intentos iniciales de remolcar el barco resultaron en vano: las amarras de acero se cortaban y el bajo nivel del río jugaba en contra. La tripulación, ayudada por decenas de vecinos, excavó un varadero artificial bajo el casco y apuntaló al coloso con vigas arrastradas por caballos de la propia Doña María. El buque, con parte de la popa apenas sumergida, quedó como un gigante dormido sobre tierra firme.

La escena pronto atrajo a curiosos de toda la región. Familias enteras se acercaban en carros y caravanas para fotografiarse junto al inesperado huésped. Los jóvenes del Rowing Club, a remo, llegaban hasta sus costados y regresaban nadando en una aventura que quedó en la memoria oral.

El Tritón, inmóvil pero imponente, se transformó en una atracción turística improvisada y en fuente de trabajo para los vecinos contratados en las tareas de salvamento.

Así pasaron casi 2 años. El vapor formaba parte del paisaje, un recordatorio de la fuerza y la imprevisibilidad del río. Recién con la creciente de 1931, que inundó barrios enteros de Rosario y sus alrededores, las aguas cubrieron el varadero artificial. Entonces, con la ayuda de dos remolcadores, el Tritón pudo volver a flotar. Fue tironeado hacia el centro del Paraná y luego conducido a Puerto Nuevo para su reparación.

El buque regresó al servicio, retomando sus viajes río arriba. Pero algo había cambiado. Al pasar por Arroyo Seco, su sirena resonaba como un saludo a ese pueblo que lo había “retenido” sin quererlo y que, en silencio, lo había cobijado. El Tritón volvió a ser un vapor entre otros, aunque en la memoria local quedó como un visitante ilustre que alteró la calma con su presencia inesperada.

Hoy, casi un siglo después, la anécdota sigue flotando en los relatos de los ribereños, entre documentos de archivo, notas periodísticas y evocaciones como las del recordado Berretín de las cosas idas. No es solo la crónica de un accidente naval: es la historia de cómo un barco extranjero se convirtió en protagonista de la identidad de un pueblo, despertando la fascinación y el trabajo colectivo que supieron tejer las comunidades de río.

Porque el Paraná no solo transporta barcos. También lleva consigo las memorias que lo habitan, las que resuenan entre las islas y las barrancas, como aquella vez en que el Tritón quedó varado frente a Arroyo Seco, dormido, pero vivo en el recuerdo.